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Se acerca Jesús a la tumba. La emoción se le vuelve incontenible y rompe a llorar. Se hizo un silencio. No se oía más que los sollozos de María y sus acompañantes. Las lágrimas seguían brotando de los ojos de Jesús como perlas del cielo. Alguien dijo: - Mirad como lo amaba. -- ¿No pudo éste que abrió los ojos d.-1 ciego de na- cimiento -- replicaban otros --- hacer que éste no mu– riese? Continuaba Jesús conmovido en su interior; pero sus lágrimas dejaron de correr. Con serenidad, pe,ro con de– cisión, les dio esta orden: - Quitad la piedra. Mientras unos hombres corren la piedra redonda que VEfticalmente cubría el sepulcro, Marta espantada, ex– clama: - Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días muerto. - ¿No te he dicho - le reprocha Jesús - que si crees verás la gloria de Dios? La piedra ya está corrida. Un olor de corrupción se– pulcral sale por la abertura de la tumba. Aquello hacía retroceder; pero Jesús se adelanta aún más hacia la en– trada del sepulcro y alzando sus ojos al cielo, clavó en él una mirada de ternura, de am~r y de gratitud diciendo: - Padre, te doy gracias, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, .para que crean que tú me has enviado. Acto seguido dio un grito diciendo: - iLazaro, sal fuera! 1 Al momento en la abertura de la gruta sepulcral apareció un hombre envuelto en un blanco sudario y li– gado con lienzos. Jesús les manda: -- Soltadle y dejadle ir. Aquello era un prodigio inaudito. Sólo un hombre que fuera Dios podía realizarlo. Muchos judíos de buena vo- 190

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