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Marta, a pesar de su fe en Jesús, recibe estas palabras del Maestro Amigo como una de tantas que le habían dirigido sus parientes, las que no eran sino lenitivo a su dolor. Por eso le replica: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús entonces con solemnidad, como si sus palabras fueran dirigidas a toda la humanidad, la que tiembla an– te el solo pensamiento de la muerte exclama: YO SOY LA RESURRECCION Y LA VIDA, el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y ere-e en mí no morirá para siempre. ¿crees esto? Sí -- contesta Marta --, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que ha venido a este mundo. Este acto ele fe de Marta fue como un suave oreo pa– ra el Corazón de Jesús. El Maestro le encarga que llame a su hermana, porque quiere entrevistarse con ella. Marta cumple el deseo del Maestro. María va corrien– do. al encuentro del divino Amigo. Los judíos que la acom– pañaban aliviando su dolor, al verla levantarse y salir de casa tan de prisa, piensan que va a llorar cabe la gruta funeraria. Ella pronto llega a la p,resencia de Jesús y sin más se postra ante El repitiéndole el amoroso reproche de Marta: - Señor, si hubieses estado aquí, no hubiese muerto mi hermano. Sus palabras se ahogaron en un profundo sollozo. Dos ríos de lágrimas se deslizaron por sus mejillas hasta regar el suelo. Al verla llorar, también dieron rienda suelta a su llanto los parientes y amigos que la acompañaban. An– te aquellas lágrimas y sollozos, Jesús dejó vencerse por la emoción, y con voz que se quebraba de compasión y de ternura, les pregunta: -- ¿Dónde le habéis puesto? - Ven, Señor, ven y lo verás. 189

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