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- -- l\1aestro, los judíos te querían apedrear, ¿y aún quieres volver allá? Jesús intenta tranquilizarlos, haciéndoles ver que na– da sucede sin la voluntad de Dios. Nuestra vida es como el día en el cual se puede andar sin dificultad, porque la luz nos muestra el camino. La muerte es la noche en la cual no hay luz. Y sin luz es imposible el trabajo y la jornada. Por fin, les da a conocer el motivo de su viaje inespe– rado: --- Lázaro nuestro amigo duerme, pero yo voy a des- 11ertar!e. Señor le responden -- , si duerme sanará. Para Jesús la muerte no es más que un sueño; pero como los discípulos no entienden su lenguaje, les dice abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro 1>or vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Con que vamos allá. Los recelos de los discípulos se doblan ante la orden del Maestro, pero resignados y silenciosos, obedecen, con– vencidos de que iban a la muerte. Pero Tomás tiene un 8franque inesperado y exclama, acaso para ahuyentar el miedo: - Vamos también nosotros a morir con El. Emprenden la jornada. Cruzan el Jordán. Pasan por Jericó, suben a Jerusalén, y sin entrar en la ciudad, llegan a las afueras de Betania, situada en la lade,ra del Monte de los Olivos a unos dos o tres kilómetros de la Ciudad Santa. La noticia de la llegada de Jesús corrió de boca en boca por toda la aldea como un relámpago. Marta en se– guida va a entrevistarse con el Maestro. Puesta a sus pies, en tono de queja amorosa y confiada le dice: --- Señor, si tú hubieses estado aquí, mi hermano no hubiera muerto; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te Jo otorgará. - Resucitará tu hermano -- le dice Jesús con aplomo. 188
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