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ele Dios, a fin de que el Hijo de Dios sea por ella glorificado. Mas, a pesar de la amistad con Lázaro, Marta y Maria, Jesús, sin inmutarse, continuó en su retiro donde perma– neció todavía dos días con sus discípulos, los que estaban muy temeroso de regresar a Judea. Mientras tanto Lázaro se agrava por momentos. Es– taba ya a las últimas. Marta y María aún no habían per– dido la esperanza. De cuando en cuando salia una de ellas de casa, y desde el altozano en _que se hallaba Betania, ex– ploraba la lejanía para ver si distinguía el andar grave y sereno del Maestro esperado. i Desilusión! El Maestro no venia, ni tampoco el men– sajero de la triste noticia regresaba. lNo habría encon– trado a Jesús? ¿caería el Maestro en manos de sus enemi– gos? De todo dudaban menos de su amistad y de su poder. Al fin, Lázaro murió. Se celebraron las acostumbra– das pompas fúnebres. Lavaron su cuerpo, lo ungieron con perfumes, lo envolvieron en blancos lienzos y lo enterra– ron en la gruta funeraria abierta en la roca. Como Lázaro y sus hermanas eran muy conocidos en Jerusalén, acudieron, además de las plañideras y tocadores ele flautas, muchos amigos y familiares a presenciar el duelo con el fin de consolar a las dos hermanas del difun– to. Estas, sentadas en el suelo, descalzas y sin toca, no de– jaban de llorar. Vino el tercer día de la muerte de Lázaro, en el cual, según la tradición judía, el alma del difunto dejaba de vagar en tomo del cadáver. Cubrieron su rostro con un blanco lienzo, y, por fin, corrieron la piedra redonda que cerraba el sepulcro poniendo en ella los sellos. Pasados los cuatro días de la muerte de Lázaro, Jesús, sin más, les dijo a sus discípulos: -- Vamos de nuevo a Judea. Los discípulos tiemblan ante semejante propuesta y se creen en el deber de recordar al Maestro lo peligroso que era el retorno. Por eso le dicen: 187

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