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llombres sus hermanos, prorrumpió en estas frases que vienen a ser como un himno del amor, de la ternura, de la compasión que represaba aquel horno de ardiente ca1idad, que era su Corazón divino: -- Venid a mí todos los que estáis fatigados que yo os aliviaré, Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descan– so para vuestras almas, 11orque mi yugo es suave y mi car– ga ligera. Guardó Jesús silencio. Miró a los discípulos, que esta– ban embargados por la emoción. Las palabras del Maestro habían penetrado en sus corazones como chorros de luz celestial. Se sentían con ellas animados, consolados, for– talecidos. Jesús era para ellos el Maestro cuyas enseñanzas los conducían por los der,roteros de la virtud, de la dicha, de la paz. Era el Amigo que sabía consolar y aliviar las más hondas penas. En su presencia todo era descanso, gozo, felicidad. El Maestro continuó su camino. Le seguían sus discí– pulos. Cantaban los pájaros. Las flores daban su olor. El viento soplaba suavemente balanceando las nlieses y oli– vares. El llamamiento que Jesús hacía a todos los hombres como una canción de amor iba resonando en los corazo– nes de sus acompañantes y se perdía en el límite inmenso del cielo. El mundo. parecía renovarse, porque había escuchado la canción de amor de Dios a los hombres. 185
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