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gios que habían realizado en su nombre por donde habían predicado la buena nueva. Rebosantes de alegría se di– rigieron a Jesús, diciendo: --· Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre. Pero Jesús que ante todo quería que se conservasen en santa humildad, deseando alejar de ellos toda vana com– placencia, les dijo: - Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpio– nes, y sobre toda potencia enemiga, y nada os dañará.. Mas no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos, ale– graos más bien dc- que vuestros nombres estén escritos ('n los cielos. No obstante esta amable advertencia, era verdad que Jesús rebosaba de gozo en su corazón por el éxito de las expediciones de sus discípulos. El Espíritu Santo recreaba su alma <:on una divina unión, y al impulso del amor y de la gratitud, prorrumpió en este himno de alabanza al Padre: - - Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra. porque has ocultado estas cosas a los sabios y discretos, y las revelaste a los pequeñuelos; es así, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito... El Corazón de Jesús se había ido ensanchando, y tal era la ternura en El contenida que llegó a desbordarse. Vuelto a sus discípulos, les dice con amor y confianza de amigo: - Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, por– que os digo que muchos Profetas y reyes quisieron ver lo que veis vosotros y no lo vieron, oir Jo que vosotros oi<; y no lo oyeron. Terminadas estas palabras, quedó mirando a la leja– nía como si quisiera abarcar con sus ojos todas las almas y todos los mundos. Y abriendo amorosamente los brazos como deseando abrazar en abrazo inmenso a todos los 184
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