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-- ¿ Y dónde está ese hombre? -No lo sé. Aquello era, según ellos, un caso digno de ser some– tido a examen. La curación se había realizado en sábado, y por ello tenían que juzgar los escribas y fariseos la ac– ción milagrosa de Jesús. Presentan al joven curado ante los doctores de la Ley. Los fariseos consideran aquel :r>¡rodigio como un cri– men. Jesús había hecho lodo y había curado en el día del Señor. Se forma el tribunal del Sanedrin para exami– nar el caso. El mendigo acude ante aquellos hombres gra– ves y serios, celosos de la ley. Ellos le preguntan: --- Vamos a :ver, cuéntanos el caso. ¿Qué hizo contigo el Nazi;reno? - Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo - dijo con toda sencillez el interrogado. En los ojos de los fariseos brilló un rayo de ira. El mi– lagro era tan grande que no podían negarlo; pero, al me– nos, intentan dejar a Jesús malparado, reconociendo en El un violador de la ley. Po¡ eso replican: - No puede venir de Dios ese hombre, pues no guar– da el sábado. No obstante, algunos admirados del prodigio, menos rencorosos y más serenos, interrogan: - ¿ Y cómo puede un hombre pecador hacer tales milagros? En este desacue.rdo resuelven interrogar de nuevo al mendigo, diciéndole: - ¿Qué dices de ese hombre que te abrió los ojos? - Que es un Profeta - responde él sin pestañear, agradecido. La respuesta del ciego curado P¡rodujo en ellos un ho– rrible desconcierto. Algunos juzgaban que el joven era atrevidillo y tal vez intentara engañarles con aquel mila– g¡ro por él inventado. Por ello resolvieron llamar a sus padres, a fin de que dieran fe del hecho. 179
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