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Jesús rebate el error de los discípulos; y sin más, se acerca al ciego, escupe en la tierra, y con el polvo y la saliva forma un poco de barro, y con él unge los ojos ciegos del mendigo. Luego le da este encargo: -- Vete y lávate en la Piscina de Siloé. El ciego comprendió que era Jesús Nazareno el que había ungido sus ojos. como había oído hablar de sus ma– ravillosos hechos, creyó en su palabra y echó a andar ha– cia la Piscina, la que no estaba lejos de allí. Llegó a la piscina, lavó sus ojos y un estremecimiento de inusitada alegría experimentó en todo su ser. La luz de la mañana penetró en sus pupilas como un regalo del cielo. Vio el reflejo del agua, alzó su mirada y contem– pló el azul del fipnamento y la tierra con su gama de co– lores. No cabía en sí de gozo y echó a correr por la ciudad manifestando a cuantos encontraba el prodigio que en él se había obrado. La gente pronto comenzó a arremolinarse en torno de ·él, y corriendo la noticia, naturalmente venían los co– menta1rios. Unos admirados preguntaban: - ¿No es éste el mendigo que estaba sentado, pidien- do limosna a la salida del templo? - Este es --- afirmaban unos. - No; no es éste -- replicaban otros. - Es otro que se le parece. El ciego curado, rodeado de aquella turba de curiosos, rebosante de alegria, mostrando en sus ojos reflejos de luz, exclamó: - i Soy yo! iEl mismo! La curiosidad tomó proporciones de nerviosismo, de agitación. Las preguntas se repetían, diciéndole una y otra vez: - ¿cómo se te han abierto los ojos? -Aquel hombre que se llama Jesús, hizo lodo, me ungió con él los ojos y me dijo: «Vete a la Piscina de Si– loé y lávate». Fui, pues, me lavé y recobré la vista. 178
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