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LA LUZ DEL MUNDO Salia Jesús del Templo con sus discípulos. Allí había tenido verias discusiones con los escribas y fa1iseos. En ellas se había declarado Hijo de Dios. Su venida al mundo había sido algo así como el nacimiento de un nuevo sol capaz de dar vida a las almas y esclarecer los enigmas del mundo sobrenatural. El mismo se llegó a atribuir este ofi– cio de inundar de luz la tierra, al pronunciar estas pa– labras: - Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no anda t>n tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Radiaba la mañana espléndida. Al doblar una esquina un pobre mendigo, vueltos sus ojos al sol, alargaba la mano, pidiendo limosna. Jesús puso en él sus ojos com– pasivos y también le miraron sus discípulos. Le ven mal vestido con sucios harapos. Contemplan su rostro inexpresivo, y detrás de sus párpados cerrados asomaban sus ojos sin luz. Era un ciego. Los discípulos, victimas de la mentalidad judía que consideraba toda des– gracia como castigo del pecado, preguntan a Jesús: - Maestro, ¿quién ;pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? - Ni pecó éste ni sus padres - responde Jesús -; nació ciego para que se manifiesten en él las obras ele Dios. 177 12. Jesús ele N azarct
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