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eleva a los humildes, sacia a los hambrientos y deja vacíos a los ricos. Sobre todo, porque se ha acordado de Israel su pueblo y ha cumplido sus promesas para con él. Calló María. Terminado su canto, parecía que todas las cosas se congratulaban con ella y aplaudían su hímno maravilloso. Una explosión de armonía se sintió en toda la naturaleza. Gorjearon ruidosamente los pájaros; los árboles movieron sus hojas alzando suave susurro; las fuentes murmuraron su canción monótona; se oyeron zu– reos de palomas y balidos de ovejas; alzaron alegres bu– llicios los hombres y los ganados. El campo todo se hizo perfume y rumor. Y la canción de la naturaleza subió al cielo para unirse al canto de los ángeles que se regoci– jaban en las voces dulcísimas y llenas de expresión de la Virgen Nazarena. Maria permaneció en casa de Isabel como unos tres meses. Su amable compañía hacía pregustar la paz de los ángeles. La casa de su parienta parecía un cielo. Los días y las horas se deslizaban tranquilos y serenos como ondas de luz matinal. Isabel a su debido tiempo dio a luz el hijo de la pro– mesa. Hubo festejos y el regocijo inundó la casa como at– mósfera celeste. Al niño se le puso por nombre Juan, se– gún la indicación del ángel a Zacarías. El viejo sacerdo– te recobró su habla y alzó su voz para bendecir a Dios. Inspirado por el Espíritu Santo, prorrumpió en un cántico prof,ético en el que manifestó el futuro destino de aquel niño que había de ir delante del Señor para preparar sus caminos. Cumplido el plazo de su estancia en Ain-Karim, María regresó a Nazaret. Había comenzado el estío. La campiña de Esdrelón estaba agostada. Las flores se habían seca– do. Sólo los viñedos mostraban su verdor intenso. El trigo 14

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