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La fiesta de los Tabernáculos no sólo era un recuerdo de la peregrinación por el desierto, sino que se dedicaba a dar gracias al Señof por las cosechas recogidas y a im– plorar las lluvias otoñales imprescindibles para la nueva siembra. Jesús también había subido a Jerusalén con motivo de la fiesta, aunque al principio no se dejó ver por los ju– díos. Se le esperaba con cierta inquietud, puesto que sus hechos y palabras eran a todos patentes. Muchos querían acecharle y hallar algún pretexto para alzar contra El gra– ves acusaciones. Al no verle entre los peregrinos de Ga-• lilea, comenzaban ya a hacer cábalas, y despechados, con torvas miradas y siniestros planes, se preguntaban unos a otros. ¿nónde estará Jesús? Tras esta pregunta venían los comentarios sobre su vida y persona. Unos decían: -- Es un hombre bueno. No, porque está engañando a las turbas -- replica– ban otros --·. i Es un impostor! No faltaban quienes, serenos en su juicio, recordando las palabras oídas del Nazareno, y los prodigios que le ha– bían visto obrar. hablaban con sinceridad en su favor, di– ciendo: -- Cuando venga el Cristo, ¿hará más milagros que éste ha hecho? Este es verdaderamente el Profeta que ha de venir. Jesús, llegado a Jerusalén, pronto se presentó en el templo y allí comenzó a enseñar a las turbas. Con frecuen– cia sus discursos eran interrrumpidos, pero El sabia defen– derse y confundir a sus interruptores. No faltaron quie– nes, al oir sus palabras, con aire de extrañeza y con fina ironía preguntaban: - ¿cómo sabe éste letras sin haberlas aprendido? Después de enseñar en el Templo y confundir a sus adversarios con admirables respuestas, al venir la noche 173

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