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PERDON GENEROSO Había comenzado el otoño. El trigo, ya trillado ,.m las eras, se transportaba en asnos y camellos a las casas y era introducido en grandes vasijas de barro. Los viñedos ofrecían sus racimos blancos y negros en su plena madu-· lez. Estos se llevaban al lagar para ser pisados y trans– formados en brillante mosto. Las higueras ostentaban sus higos ya verdes, ya morados, que habían llegado a sazón. Las olivas iban ensanchando su fruto. La tierra estaba re– seca apeteciendo las lluvias otoñales. P<:>¡r los caminos de Galilea y de Judea, blancos de pol– vo, se veían caravanas que se dirigían a Jerusalén. Se ce– lebraba en la Ciudad Santa la fiesta de los Tabernáculos, la más alegre del pueblo de Dios. En ella se conmemoraba la peregrinación de los hijos de Israel por el desierto, don– de se veían obligados a vivir en tiendas de campaña. Esta fiesta duraba una semana entera. Para _reprodu– cir a lo vivo la vida de los peregrinos del desierto, solían alzar viviendas a manera de chozas cubiertas con ramas de olivos, pinos, mirtos y palmeras. Se acomodaban estas chozas en las calles, en las plazas, en las azoteas, en las mUfallas de la ciudad y en sus alrededores. De suerte que Jerusalén en aquellos días semejaba un bosque. Las trom– petas se tocaban en las terrazas del templo y el pueblo respondía con cantos de júbilo. 172

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