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El pasmo. se había apoderado de ellos. Escuchan las pala– bras, mas no perciben su significado. Es un lenguaje Pªfª ellos desconocido. Con todo, su fe se agiganta. Sienten deseos de despreocuparse de todas las cosas de la tierra y seguir gozando con el Maestro de aquel vislumbre o an– ticipo. de la patria bienaventurada. La belleza y la gloria de Jesús los tenían por completo subyugados. Pasan unos momentos y la visión comienza a desva– necerse. Pedro siente perderla, y con el impulso y la vi– vacidad propios de su carácter, alza su voz para decir al Maestro: - Señor, bueno es estan1os aquí. Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. iPobre Pedro! No sabía lo que se decía. La visión del Señor transfigurado le tenía, como a los otros dos com– pañeros, absorto, espantado. Aún no había terminado Pedro de pronunciar aquellas palabras, cuando de repente una esplendorosa nube bajó del cielo y los envolvió a todos. Desde el fondo de la nube salió una voz misteriosa. la que con toda claridad pronunció estas palabras: -·- Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi compla– cencia. Escuchadle. Entonces ya Moisés y Elías habían desaparecido. Je– sús estaba solo. Pero aquella nube luminosa y aquella voz potente y sonora hizo a los discípulos sentir el contacto con la divinidad. Esto los dejó sobrecogidos de temor y ca– yeron al suelo rostro por tierra, mientras el corazón les palpitaba con vehemencia y rapidez. En esta actitud permanecieron unos momentos has– ta que sintieron el tacto de una mano blanda y protecto– ra. Era la de Jesús, que se acercó a ellos para decirles: -- Levantaos; no tengáis miedo. El tocamiento de Jesús y su voz fueron para ellos co– mo caricia de cielo. como un sonreír de primavera. Alza- 170

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