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lutación en mis oídos, saltó de gozo el mno en mi seno. Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá en ti lo que se te ha dicho de parte del Señor. Hubo un momento de silencio. Todo en el exterior mostraba una calma imperturbable. Cesó el canto de las aves; las hojas de las acacias suspendieron sus murmu– rios. María miró al cielo enajenada en amoroso trans– porte. Las palabras de Isabel la sumian en profundo ano– nadamiento. Las maravillas que el Señor había. obrado en Ella la sacaban de sí. Vinieron entonces a su memoria los cantos de las he– roínas del pueblo de Dios que ensalzaban las misericor– dias del Señor. Ella también se sentía divínamente ins– pirada y cantó inspirada en las Sagradas Letras. Su cán– tico era nuevo, maravilloso, nunca oído entre los humanos. Era el cántico de la Madre de Dios que como nadie ensal– zaba la bondad y la misericordia del Todopoderoso. Cán– tico de humildad, de amor, de acción de gradas en que se volcaba toda su alma y todo su corazón. Cántico que ya resonaba en su interior, pero que se desbordó al exte– rior al oír a Isabel, comb se desborda la presa llena de agua al recibir la lluvia del cielo. Al cantar Maria parecía que todo el cielo y la tierra estaban suspensos a sus inspiradas y sublimes estrofas. Así decía: - Mi alma engrandece al Señor, y salta de júbilo mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava; por eso me llamarán bienaventurada todas las naciones, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo. Su misericordia es de generación en generación sobre los que le temen. Tras esto, continuó María su cántico ensalzando en su– blimes estrofas las misericordias de Dios que domina a los poderosos, derrueca de sus tronos a los potentados y 13

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