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LAS LLAVES DEL REINO Subía Jesús con sus apóstoles por la ribera izquierda del Jordán. El río se deslizaba rumoroso entre sauces y terebintos. Unas veces discurría sosegado por suave lla– nura, y otras se precipitaba entre barrancos con estre– pitoso rugido. Aquella región era fé,rtil y amena. Parecía que estaba convidando a pláticas espirituales y a la ele– vación de la mente al mundo sobrenatural. Después de dos días de viaje llegaron a los alrede– dores de Cesarea de Filipo. Esta era una ciudad romana situada al Sur del Hermón. Entre termas y palacios se destacaba el espléndido templo de mármol dedicado a Au– gusto, ce.rea de una espaciosa gruta que los griegos con– sagraron' al dios Pan. Según iban caminando se destacaba a la vista el Hermón coronado de nieve. En sus faldas brotaban las fuentes que surtían de agua al Jordán. La luz suave de la tarde iluminaba el rostro del Maestro circundándolo de un halo celeste. La brisa vesperal agitaba los vestidos de los caminantes. El sol a:z;rebolaba las nubes por el Occidente. Iban solos Maestro y discípulos. Se hizo un profundo silencio. Unicamente se oía el correr del agua y el blando susurro de los árboles. Jesús se puso a orar. A la oración de la naturaleza unió la suya, cordial y amorosa. Los 163
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