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Pasado algún tiempo en tierra de gentiles, cruzando por Sidón, se encaminó de nuevo a Galilea. Antes de llegar a ella, atravesó por cierta región semipagana conocida con el nombre de Decápolis, situada al lado oriental del Jor– dán y del lago de Genesaret. Era un gran rodeo el que de este modo hacía; pero deseab~ permanecer algún tiempo más, alejado de la lucha de sus enemigos y evitar también el ruido y embarazo de las turbas. Sin embargo no puede gozar ele la soledad y la calma apetecidas. Su fama de tal manera se había extendido por todas partes que su paso es notado en seguida en las ciudades y aldeas. Se reúnen luego en torno de El gran número de seres desgraciados que esperan de su bondad la salud, el con– suelo. Mudos, ciegos. cojos y mancos son por El curados. Ellos van por toclns partes glorificando al Dios de Israel. Un día le trajeron un sordomudo para que impusiera sobre él las manos. Aquellas manos obradoras de tantos prodigios. Jesús se compadeció de él. Pero he aquí que se propuso realizar el milagro de una manera diferente de co– mo solía curar a otros enfermos, a los que les devolvía la salud sólo con una palabra o con un gesto. A este sordomudo Jesús lo separó de la gente, a fin de verse libre de su atropello y puso en él sus ojos t>.mo– rosos. El sordomudo también miró a Jesús con una mi– rada de esperanza. Luego Jesús tocó su lengua, volvió sus ojos al cielo, dejó escapar un hondo suspiro salido del corazón y al mismo tiempo pronunció una palabra en arameo de las pocas que en este idioma nos conserva el Evangelio: - «Efeta», que quiere decir: iAbrete! Obrado el milagro, Jesús según costumbre para evitar el revuelo popular mandó a los presentes guardar silencio sobre el caso; pero era imposible contener el entusiasmo del pueblo, el cual cuando se desborda es como un to.:– rrente, que no hay quien le ponga dique. lfil 11. Jesús ele Na,zaret

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