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Al impulso de este amor y de este gozo, sale de su humilde casita y se dirige a la montaña de Judá a visitar a su parienta Isabel. Necesitaba comunicarse con ella, cambiar impresiones, congratularse por los misterios en ambas realizados por el Todopoderoso. La primavera había llegado con todos su primores. Reverdecía el campo con la yerba nueva; las viñas echa– ban sus brotes; los árboles en flor esparcían sus fragan– cias; las anémonas y los narcisos abrían sus cálices a los besos de los rayos del sol. María sale de Nazaret. qruza la llanura de Esdrelón semejante entonces a un verde mar. Pasa por Samaría y llega a Ain-Karim después de cuatro días de viaje. Va con acelerado paso, como el mensajelo que corre a dar una alegre nueva, o como el que busca un corazón amigo con el que puede expansionarse confiándole los hondos sen– timientos en el suyo largo tiempo represados. Ya está en Ain-Karim. La casa de Zacarías se ofrece a sus ojos entre acacias en flor. La Virgen Nazarena, arre– bolado el rostro por la fatiga del viaje, y más todavía por el amor que abrasa su alma, se acerca a los umbrales de la morada de su parienta. Las dos santas mujeres se sa– ludan. se abrazan, se besan. La primera en saludar es Ma– ría, que según la costumbre hebrea, le dice a Isabel: iLa paz sea contigo! La voz de María resonó en la casa de Isabel como si fuera la melodía de un arpa angélica. Isabel, al oírla, sin– tió en su corazón una vibración de inusitado gozo, y hasta el niño abrigado en su seno daba alegres retozos como cordero primerizo. Su alma experimentó la emoción del Espíritu Santo, y al impulso de ella tributó a la Virgen Nazarena las más altas alabanzas, prorrumpiendo en el desborde de su alegría: - iBendita tú entre todas )as mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿ne dónde a mí que venga a mí Ja Madre de mi Señor? Porque así que sonó la voz de tu sa- 12

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