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Aunque sus oyentes no al.canza,ron el sentido de lo que Jesús decía, se apercibieron, no obstante, de que hablaba de algo verdaderamente prodigioso y digno de estima. Con vivo deseo de ello, exclamaron: - iSeñor, danos siempre de ese pan! En esto habían llegado a la sinagoga. Jesús creyó es– tar en el momento de revelarse como Hijo de Dios que ha– bía venido al mundo para dar la vida eterna a todos los homb,res. Los milagros realizados, la sublimidad de su doc– trina le daban derecho a hacer aquella revelación y a es– perar de sus oyentes la fe en su misión divina. Por eso prorrumpió en alta voz: Yo soy el Pan ele la vicla, quien viene a mí, no ten– drá hambre, y el que cree en mí no tendrá jamás secl... Yo he bajado clel cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad ele Aquel que me envió ... Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eten1a, y yo le resucitaré en el último día. Pero estas revelaciones de Jesús no hicieron eco en el corazón de sus oyentes. Algunos, sin duda escribas y fa– riseos, prorrumpieron en murmuraciones y entre cuchi- cheos, decían: ' iBah! iEste. pan vivo descendido clel cielo! iSi es Jl.'sús. el hijo de José, el carpintero! Nosotros conocemos a sus padres. iY ahora viene diciendo que ha bajado del cielo! Jesús se da cuenta de lo que hablan y de lo que pien– san; sin embargo vuelve a insistir en lo dicho: No murmuréis entre vosotros... En verdad os digo: el que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el Pan de la vida, vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo, para que el que lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi misma carne, vida del munc!o. Según aquellos hombres, las palabras de Jesús eran 155

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