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vantar sus miradas del suelo y sacarlos de sus mezquinos proyectos, les dice: - En verdad, en verdad os digo, vosotr.os me buscáis no porque habéis visto milagros, sino porque habéis comi– do los panes y os habéis saciaclo; procuraos no el alimen– to perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vi– cia eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios Pa– dre lo ha sellado eon su sello. Aquellos hombres no penetraron todo el sentido de las palabras de Jesús. No obstante adivinaban en ellas algo que debían ha– cer para ser agradables a Dios y merecer sus divinas re– compensas. De ahí que le preguntaron de nuevo: - ¿Qué haremos para obrar las obras de Dios? Jesús entonces intenta manifestarse, a fin de que le reconozcan como Enviado de Dios y reciban su divino men– saje. Así les dice con toda claridad: - La obra de Dios es que creáis en Aquél que El ha en– viado al mundo. Ellos, en aquel momento, se dan cuenta de que Jesús hace alusión a su propia Persona; mas para creer de ver– dad en El como Enviado de Dios, no les bastan los prodi– gios que ha obrado en su presencia por lo cual se atreven a formularle esta pregunta: · - ¿Qué señales haces tú para que veamos y creamos? Viene a su memoria la gran figura de Moisés y les pa– rece que éste había hecho prodigios mucho mayores que los realizados por el Nazareno. El maná del desierto era para ellos un pan del cielo. Y Jesús les había dado pan de la tie– rra. POf lo cual añaden a lo dicho: - Nuestros paclres comieron el maná en el desierto, s<>gún está escrito: «Les rlio a comer pan del cielo». Jesús se propone hacerles ver con toda claridad que lo que dio Moisés en el desierto no era en verdad pan del cielo. Pan del cielo es tan sólo aquel que Dios envía y da la vida al mundo. 154

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