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les fueron recogiendo las sobras con las que pudieron lle-– nar doce canastas. El entusiasmo popular llegó entonces a su colmo: gri– tos, aclamaciones, aplausos redoblados atronaban el es– pacio, y se oía la voz: - iEste es verdaderamente el Profeta que ha de venir al mundo! Fue tal el desbordamiento del entusiasmo de aquellos hombres que algunos comenzaron a lanzar la idea de pro– clamar enseguida a Jesús Rey de I~rael; y Rey según el concepto de la mente judía. Rey que trajera para todo el pueblo la prosperidad, la abundancia, la gloria, el triunfo sobre todas las demás naciones. Pero muy lejos de Jesús estaban semejantes planes. Por este motivo obligó a los apóstoles a subir a la barca y remar hacia Cafarnaúm. Ellos no querían partir sin el Maestro; pero se sometieron a sus órdenes y comenzaron la travesía cuando la noche había tentido ya sus medro– sas sombras. Jesús se fue adonde su corazón le llamaba: se retiró inesperadamente a la soledad del monte y se en– tregó a la oración. Necesitaba desahogar su alma con el Padre en larga y fervorosa plegaria. Los apóstoles seguían solos el rumbo de la barca em– pujada por los remos. Era una noche de luna llena. La luz lunar reilaba en la superficie del lago produciendo en ella suaves reflejos como si fueran ondas de plata. Ya ha– bían navegado de cuatro a cinco kilómetros, cuando he aqui que repentinamente se alzó un viento huracanado que azotaba la barca, la que se veía agitada por furiosas olas. Corría peligro de naufragio. Al verse en aquel riesgo se acordaron del Maestro, que los había mandado partir solos. De pronto hacia las tres de la madrugada, al iniciar– se la aurora, entre sus tenues luces, vieron una figura hu– mana vestida de blanco que se acercaba a ellos y camina– ba a la vera de la barca. El miedo se apoderó de todos y se oyeron estos gritos: 151
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