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Ya comenzaban a hacer sus cálculos pensando en el di– nero que se necesitaría para dar de comer a tanta gente. La bolsa de Judas se quedaría por completo agotada y no tendrían con ello ni para la mitad. Felipe. hombre prác– tico, dijo al Maestro: .. Doscientos denarios no bastarían para que cada uno tomara una ración de pan. -- ¿cuántos panes tenéis? Id a verlo -- añadió Jesús. Fueron indagando entre la multitud para ve¡ si había algunas viandas. Y viene luego Andrés a decir a1 Maestro: - Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes y dos peces, pero, ¿qué es esto para tantos? Sin esperar más, da orden a los apóstoles para que hagan sentar a la gente en grupos o cuadrillas de ciento y de cincuenta. Comenzaron a sentarse aquellos hombres en el suelo cubierto a li sazón de verde hierba, sobre la cual desta– caban los trajes de color como macetas de flores sobre una pradera. La luz dorada del sol agonizante iluminaba suave– mente el rostro de Jesús. El tibio soplo de la brisa vernal aca,riciaba su frente y movía su turbante y sus cabellos. En medio de aquella multitud tomó el Maestro los cinco panes y los dos peces, levantó sus ojos al cielo; bendijo los panes y los peces; los partió y los entregó a sus dis– cípulos para que los repartieran. Todos los rostros estaban vueltos al Nazareno. En las miradas de todos se reflejaba expectación, ansia, incertidumbre. El momento era su– blime. Los apóstoles fueron distribuyendo los panes y los peces, que eran la comida típica y corriente entre los ga– lileos. Los panes y los peces maravillosamente se iban multiplicando de suerte que todos comieron hasta saciarse y eso que eran cinco mil hombres los comensales de aquel milagroso banquete, sin contar los niños ni las mujeres. Después de comer y quedar todos saciados, los apósto- 150
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