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no lograron gozar de la soledad apetecida. Las gentes que vieron a Jesús partir en la ba¡ca, se fueron luego en su busca. Unos cruzaron en barca el lago, y otros llegaron por tierra; vadearon el Jordán cerca de su desemboca– dura, o tal vez algunos lo pasa,ron en bote. Ello es que cuando Jesús fue a saltar a tierra, aquel lugar desierto estaba lleno de gente que esperaba al Maestro. Unos le aclamaban; otros le aplaudían y todos, en general, deseaban y pedían nuevos milagros y nuevas, pláticas. Jesús subió a un monte y allí sentado, tendió sus mi– radas sobre aquella multitud y se sintió en su corazón inundado de ternura, de compasión, de amor. Veía en aquellos hombres un gran rebaño abandonado. Todos ellos andaban errantes como ovejas sin pastor. Comenzó a de– clararles muchas cosas concernientes al reino de Dios. A la doct¡ina añadía la misericordia, compadeciéndose de los enfermos a los cuales devolvía la salud. El día declinaba. La tierra se iba revistiendo de esas misteriosas tonalidades del crepúsculo vespertino. Jesús seguía prodigando sus cuidados y consuelos sin preocu– parse de la noche que se avecinaba. Las gentes también continuaban atraídas por los encantos del Nazareno espe– rando nuevos milagros e instrucciones. Los apóstoles se iban preocupando por aquel descuido o despreocupación del Maest1·0, y creyeron un deber ad– vertirle lo avanzado de la hora. Acercándose a El le dije– ron, nerv.iosos. inquietos: - - Señor, el lugar es desierto r la hora avanzada; des– pide a estos hombres para que vaya.n a las alquerías y al– deas de los contornos y se compren algo de comer. Jesús, sin inmutarse les da esta orden inesperada y, al parecer imposible de cumplir: - Dadles vosotros de comer. La so,rpresa se dibujó en los rostros de los doce. lCómo poner en práctica lo ordenado por el Maestro? 149

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