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apenas le dejaban andar. Unos le aclamaban; otros le ha– cían una súplica; algunos besaban su vestido, y no :fal– taban quienes le abriesen paso. De pronto Jesús se detiene, se vuelve en torno y ten– diendo una mirada a su alrededor, pregunta: - ¿Quién ha tocado mis vestidos? Extraña parecía esta pregunta, siendo tantos los que venían oprimiendo al Maest,ro. Mas ante la pregunta de Jesús todos guardan silencio. Entonces Pedro le dice: - Maestro, ya ves que la muchedumbre te rodea y oprime por todas partes, y dices: ¿Quién me ha tocado? - Alguno me ha tocado de propósito, porque he cono– cido que una virtud ha salido de mí. Mientras así hablaba Jesús, buscaba con su mirada penetrante la persona que había tocado el ruedo de su vestido y se había perdido entre la muchedumbre. Pero la mirada de Jesús se posó sobre ella y llegaba hasta su corazón. Era una mujer que padecía flujo de sangre hacía ya doce años. Había gastado en médicos y medicinas todo su haber y su mal no tenía alivio alguno. Seguía al Nazare– no llena de fe y con no poco esfuerzo logró abrirse pase hasta llegar cerca de El. Mientras caminaba tras sus huellas iba pensando entre sí: - Si tocare siquiera su vestido, seré sana. El manto orlado de Jesús caía terciado sobre sus es– paldas. Un suave viento lo agitó un momento y al :tlotar suelto al aire. la mujer pudo tocarle y al instante se sintió sana. Después se perdió entre la turba; pero Jesús la alcan– zó con su penetradora y suavísima mirada. La mujer vién– dose ya descubierta por el Señor, toda confusa y temblo– rosa, se llegó ante El, se puso de rodillas y declaró delante de todo el pueblo la causa por que le habia tocado, y cómo al momento había quedado sana. Jesús amable y sereno le dice: 140

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