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porque me traspasas el alma. Anímate un poco, que den– tro de unos instantes va a llegar el Rabí de Nazaret, ese Joven Profeta que recorre los campos y pueblos de Ga– lilea, obrando incontables prodigios y sana toda clase de enfermos. Ya tu padre. al saber que regresaba a Cafar– naúm, fue en su busca. HIJA. El Rabí Nazareno no viene, madre. No ten– dré esa venturosa suerte de que me cure... iYo estoy muy ~alita!... iAy!... iYo me muero! MADRE. - iCalla, corazón!... lNo escuchas un leja– no clamoreo? Debe de ser el murmullo de las turbas que doquiera siguen al Nazareno... Voy a escuchar mejor... iAy!, me engañé. Es el ruido de las olas del mar que en esta cristalina mañana en calma, cual nunca llega a per– cibirse. HIJA. iAy, madre! ... iQue me muero! MADRE. - iJehová bendito!... Es verdad, mí hija se, muere y el Nazareno sin venir... iQué angustia! iQué momento más ho~rible !... Sí, sí, mi niña se muere... iY yo sola contemplando su muerte! La madre desolada viendo morir a su hija prorrumpe en gritos llamando a sus criados. La niña exhala el pos– trer suspiro y queda en su lecho pálida y rígida como mustia flor. Mientras esta escena se desarrolla en la casa de Jai– ro, Jesús llega en la barca a Cafarnaúm de tierra de los gerasenos. En la playa le espera una gran multitud de gente ansiosa de verle y oirle. En aquel rebullir de los que rodean al Maestro, Jairo, anhelante y preocupado, se abre paso hasta llegar a Jesús y puesto de rodillas ante El. con toda humildad, le hace este ruego: - Mi hijita está muriéndose; ven, impónle las manos 1mra que sane y viva. Jesús. ante el dolor de aquel padre, sintió conmovido su corazón, y sin más se dirigió a la casa de J airo entre aquella. multitud que le oprimía y apretaba de suerte que 139

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