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Es verdad que Jesús va con ellos y puede ayudarles aunque sea con un milagro, como otros muchos que ha– bía obfado en su presencia. El que curaba a los enfermos y resucitaba a los muertos, bien podía hacer callar la tem– pestad. Pero Jesús dormía tranquilamente en la popa, al aparecer, ajeno al peligro. No se atrevían a despertarle. El peligro de naufragio es cada vez más eminente. Las olas se lanzan y abaten la ba,rca como si fuera un ju– guete. Entonces viéndose ya perdidos, por fin, prorrum– pen en gritos angustiosos, llamando de este modo al maes– tro dormido: -- Maestro, estamos perdidos - claman unos. - iSeñor, sálvanos! - añaden ot,ros. -¿No se te da nada de que perezcamos? - insisten de nuevo. Jesús oye estos gritos de angustia, yergue despacio su cabeza, se incorpora sereno y majestuoso, tiende a sus discípulos una mirada de dulce y amorosa representación. diciéndoles: - ¿por qué teméis, hombres de poca fe? Puesto luego en pie, con palabras de señorío, increpó al viento y a las olas. iCalla! -- dijo al viento. iSosegaos! - increpó a las olas. Al momento el viento y las olas, como sumisos leb,re– les a su amo, le obedecieron, y se siguió tranquilidad y bonanza. Vuelto luego a sus discípulos, les dirigió de nuevo sus amorosos reproches, diciendo: -- ¿por qué estáis tan medrosos? ¿Dónde está vuestra fe? ¿Todavía no creéis? La reprensión del Maestro llegó al alma de sus discí– pulos como una caricia que los llenaba de aliento, de con– suelo, de fortaleza. Viendo el prodigio, todos ellos quedaron llenos de asombro y lo comentaban, diciendo: 136

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