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divina revelación, y sin vacilar un momento se rinde a la voluntad de Dios. Llena de fe y de amor, inclinada pro-) fundamente, tal como ha sabido sorprenderla el pincel de Fray Angélico, exclama en actitud de adoración: iHe aquí la esclava del Señor! Hágase en mí según tu palabra. Alzó los ojos Maria, y el ángel ya había desaparecido. En las afueras de la morada de la Virgen continua-• ba riendo el sol; bullían rumorosas las fuentes; espar– cían las flores sus perfumes; el bullicio humano seguía su ptmo. Maria en su estancia, fijos los ojos en el cielo, ala– baba y bendecía a Dios. rindiéndole los obsequios de hu– milde esclava. Pero, al conjuro de sus palabras con que respondió al ángel, se había realizado la obra de Dios más estupenda. En sus purísimas entrañas moraba el Eterno. Maria sin dejar de ser virgen, era Madre de Dios. La mañana primavera!, siguiendo su curso, crecía en• claridad, animación y armonía. Por las puertas y ventanas de la humilde vivienda de la Virgen Nazarena entraba el sol. la fragancia del campo verde, el canto de los pájaros. María volvió a sus quehaceres diarios: ir po¡ agua a la fuente, coser, hilar y otras tareas domésticas. Nadie no– taba aún el misterio en ella realizado; pero los ángeles, la acompañaban por doquier, porque en ella encerrado. como en Sa~rario viviente, se hallaba el Rey de los cielos. Poco tiempo después la Virgen Nazarena emprendía rá– pidamente el viaje a las montañas de Judá. En su seno Dios hecho carne habitaba entre los hombres y corría sus caminos. La tierra comenzaba a ser digna de las miradas de los habitantes del cielo. 10
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