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y las luces de las lamparitas que algunas casas de cafar– naúm dejaban ver por sus ventanas abiertas. Los montes que rodeaban el lago se recortaban en la inmensidad del fipnamento como jigantescas olas negruzcas. Las velas iban arriadas, porque no soplaba ni el más ligero viento que las hinchara. La barca avanzaba suavemente al im– pulso de los remos cuyo chasquido se oía en el silencio de la noche como una canción marina. Jesús, después de un día de ajetreo, en el que curó muchos enfermos y predicó a las turbas, se sentía rendi– do de su trabajo apostólico, se retiró a un ángulo de la popa, se recostó sobre un cabezal y se entregó tranquila– mente al sueño. Mas he aquí que mientras el Maestro duerme y los apóstoles reman, sobreviene repentinamente un cambio brusco en la atmósfera. No era de extrañar esto. Es cosa que con frecuencia acaece en el lago de Genesaret, por estár hundido unos doscientos metros bajo el nivel del Mediterráneo, lo que conserva en él una temperatura cá– lida, y por estar rodeado de altos montes, en cuyas cimas blanquea la nieve todo el año. Por eso allí se alzan de pronto furiosos vendavales que entran por la vertiente clel Jordán, se estrellan en las aguas del lago y producen en él imponentes remolinos. Aquella noche se desencadenó una de las horribles Y repentinas tempestades que solían alzarse en el lago. De pronto comenzó a soplar un fuerte viento. Negros nu– barrones se extendieron por todo el cielo. Olas coronadas de espuma se erguían en torno de la frágil barca y ha– cían saltar sobre ella su agua espumosa. En vano los reme– ros mojados por las olas se esforzaban por vencer sus em~ pujes. No podían superar el embate de la tempestad. La esperanza ya comenzaba a desfallecer en sus co– razones. Temían que de un momento a otro la barca se hundiera y quedasen todos sepultados en el fondo del lago. Temblaban y se estremecían de miedo. 135

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