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LA TEMPESTAD CALMADA Era el atardecer de un día caluroso. Jesús sentado en la barca de Pedro, había explicado la naturaleza del reino de Dios por medio de parábolas. Una multitud le había escuchado. Mas, terminada la plática, el Maestro quería apartarse de la gente. Así, mientras sus oyentes ent,re murmullos y agitaciones comentaban la doctrina expuesta, dio esta orden a sus discípulos: --· Pasemos a la otra ribera del lago. Esta orden parecía inoportuna. No estaban preparados para hacer la travesía. Se echaba encima la noche y no tenían más que una sencilla túnica para guardarse del .relente nocturno. Además la tarde había sido bochornosa y podía temerse una violenta tempestad. Pero el Maestro lo había ordenado y los doce apóstoles le obedecieron sin vacilar. Alguien dijo: ·- Manos a los remos y a virar en redondo. Subidos a la barca, la apartaron de la orilla y se fue– ron internando en el lago. Entre tanto la noche se fue tendiendo sobre Genesaret y sus contornos. Hacia calor y la atmósfera se ponía pesada. La calma era profunda. El cielo estaba despejado y en el negro aterciopelado de su bóveda brillaban las estrellas como chispas de topa– cio. La superficie del lago permanecía tranquila como ter– so cristal, donde se reflejaban los tenues brillos estelares 134
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