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to ni un profeta, sino un hombre como los demás, con las mismas apetencias y defectos. En su mente revolvía estos pensamientos: - - Si este hombre fuese profeta sabría quién y cuál es esta mujer que le toca, porque es una pecadora. Jesús penetra en el fondo de su alma. Se da cuenta de aquellos siniestros juicios; por eso, sencillamente le dice: Simón, tengo una cosa que decirte. - Maestro, di -· le respondió Simón. Jesús, siguiendo el modo de hablar de los doctores de la Ley, le propone una pequeña parábola: - Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios; el otro cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar, se los condonó a ambos. ¿Quién, pues, le amará más? -- Supongo -- contestó Simón que aquel a quien más se le perdonó. -- Rectamente has respondido --· añadió Jesús. Luego, vuelto a la mujer, compara la falta de afecto y de cortesía en Simón con la ternura y delicadeza de ella. Reconviniéndole por no haber cumplido con El la acostumbrada etiqueta en los banquetes, le dice: - ¿ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para lavar los pies; mas ella me los ha regado con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el ósculo de paz; pero ella, desde que entró, no ha cesado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con óleo, y ésta ha ungido mis pies con ungüento oloroso. Por lo cual te digo que le son perdonados sus pecados, porque amó mu– cho. Pero a quien poco se perdona, poco ama. Aquello es algo nuevo, desconocido. El perdón des– pie,rta el amor santo; pero también el amor atrae el per– dón generoso. El perdón es causa y efecto del amor. Jesús tiene para aquella mujer estas palabras que son para ella como un canto de ángeles: 132
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