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to oloroso como solía hacerse en los banquetes de gala. Jesús se dio cuenta de aquellas faltas de cortesia y afecto, mas guardó silencio sin dar indicio alguno de extrañeza o contrariedad. Llegados todos los invitados, pasaron al comedor y dio comienzo el banquete. Los comensales formando semi– círculo se hallaban ya recostados sobre los divanes. El bra– zo izquierdo lo apoyaban sobre un cojín y el derecho lo dejaban libre para poder servirse la comida. Los rostros se volvían hacia la mesa y al lado opuesto descansaban sus pies desnudos. Las puertas que daban a la calle, al modo oriental, estaban abiertas, a fin de que cualquier curioso pudiera observar aquel espectáculo. El banquete iba ya adelanta– do. Con los manjares y el vino reinaba entre los comen– sales grande animación. Se reía, se hablaba, se discutía. se contaban anécdotas. Cuando he aquí que aparece ante la puerta una mujer trayendo un pomo de alabastro que contenía un exquisi– to perfume. La sorpresa y la admiración se dibujaba en todos los rostros, porque aquella mujer tenía fama de pública pecadora. Vivía en un castillo de Magdala situado entre pal– meras a orillas del lago de Genesa,ret y era el escándalo de las gentes de bien por su vida rota en las zarzas del vicio. Sus ojos soñadores eran flechas que herían mil co– razones para infiltrar en ellos el veneno del pecado. Sus palabras, voces de engañosa sirena que atraían a los in– cautos, a fin de adormecerlos en la copa 'del placer. Sus cabellos largos, rubios, sedosos, brillantes, tan bien cui.. dados, inpregnados siempre de costosos perfumes eran redes en las que quedaban prendidos sus amantes, los que p 1 rtenecían a lo más escogido de la sociedad: ricos pro– pietarios, oficiales del ejército, mercaderes y hasta prín– cipes de las sinagogas. Estos la colmaban de regalos y por ello podía vivir con el más espléndido lujo. 130
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