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sípar sus recelos, y así le declara abiertamente el men– saje que trae del cielo, con estas palabras: - No temas, María, porque has hallado gracia delan– te de Dios y concebirás en tu seno y darás a luz un hljo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y lla– mado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el tro– no de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin. El mensaje del ángel a María es algo grande, extraor– dinario. María conocedora de las profecías hechas por Dios a su pueblo, se da cuenta de que se le anuncia la ma– ternidad del Redentor esperado por santos, reyes y profe– tas. Es el Hijo de Dios, un rey eterno lo que ha de nacer de ella. Pero las palabras del celeste mensajero alzan en la Virgen Nazarena nueva confusión y perplejidad. Ella no piensa ser madre. Abriga el propósito de permanecer Virgen toda 1 su vida aun dentro del matrimonio, propó– sito que ha de respetar su santo esposo José. Por eso, toda confusa, pregunta al ángel: ¿cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel entonces esclarece las dudas de María, anun– ciándole un profundo misterio. Le da a conocer una dig– nidad y un gozo P8¡ra ella en gran manera singulares, un privilegio no concedido a ninguna otra mujer, y es el ser madre sin perder su virginidad. El celeste mensajero des– corre el velo de este misterio, diciéndole: - El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el Hijo en– gendrado será santo, será Hijo de Dios. He aquí que Isa– bel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su ve– jez, y éste es el sexto mes de la que era estéril, porque para Dios nada ha.y imposible. María escucha las palabras del ángel, las que encie– rran toda una se1ie de impenetrables arcanos. Una luz interior, al mismo tiempo, ilumina toda su alma. El por– venir suyo y el de su Hijo se le hacen patentes por una 9
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