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Luego hace una magnífica confesión del poder y de la realeza del Nazareno valiéndose del ejemplo de lo que él mismo hace. - También yo -·- le dice a Jesús con estar subordi- nado a la autoridad de otro, tengo soldados a mi mando, y digo a éste: «Vete» y va; y al otro: «Ven», y viene, y a mi esclavo: «Haz esto» y lo hac,e. La consecuencia de estas palabras es clara: Jesús puede mandar a todas las cosas: a la salud y a la enfer– medad, a la vida y a la muerte, porque es Señor de todo y todo está sujeto a su dominio. Jesús, al oírle, queda maravillado. Su corazón rebosa de gozo al ver la humildad y la fe de aquel hombre. No puede callar su asombro y dice a la turba que le seguía: En verdad os digo que en nadie de Israel he hallado una fe tan grande. Yo os certifico que vendrán muchos del Oriente y del Occidente y se sentarán a la me.sa con Abraham, Isaac y ,Tacob en el reino de los cielos; mientras los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exte– riores, donde hay llanto y crujir de dientes. Misterios insondables de la gracia. Los judíos aspi– raban a tomar solamente ellos su asiento en le reino de Dios. Jesús echa por tierra esta orgullosa p_retensión. Mu– chos gentiles venidos de distintas partes del globo habían de entrar en el reino de los cielos, mientras que los judíos se harían indignos de entrar en él. Jesús premia la fe del centurión, diciéndole: - Vete y hágase como creíste. El enfermo sanó al momento. Jesús con los suyos prosiguió gozoso su camino. A su mente vino el canto de miles y millares de hombres que, al acercarse a El en el Sacramento del amor, habían de decirle: -- Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, mas di una sola palabra y mi alma quedará sana. 124

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