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nó la voz de Jesús como un canto que era un lenitivo para las almas atribuladas: -- Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Llorar es el destino del hombre sobre la tierra. Nace– mos llorando. Durante nuestra vida, las lág.rimas fluyen de nuestros ojos numerosas veces y al expirar el mori– bundo deja escapar por sus mejillas dos gruesas lágrimas como el último brillo de esa vida que se extingue. Los hu– manos hacen lo posible por enjugar el llanto: buscan el placer que adormece el dolor. Y aquéllos se consideran felices que en vez de llorar rien, danzan, se divierten. Jesús descubre ante aquella muchedumbre la felicidad que hay en las lágrimas, cuando se llora con la mirada fija en Dios. Otra vez deja Jesús oir su voz como acorde de gran– diosa sinfonía: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Muchos en el mundo han banqueteado y banquetean alimentándose con el sudor del pobre, y entre carcajadas dicen: «Vengan manjares suculentos; venga el vino exqui– sito. No importa que para esto se necesiten robos, explo– taciones, injusticias. La cuestión es pasarlo bien y vivir saciados con todo lo que apetece la humana sensuali– dad». Jesús condena todo esto. En cambio promete la fe– licidad a los que no sólo son justos con su pro11mo, sino que están hambrientos y sedientos de justicia, de recti– tud, de bondad, de perfección. Pe 1 ro hay algo más grande que la justicia y que el mundo totalmente desconoce. Lo manifiesta Jesús di– ciendo: Bienaventurados los misericordiosos, !lOrque ellos alcanzarán misericordia. Misericordia es compasión, es afligirse por las mi– serias ajenas, es tener un corazón tierno, delicado, sen- 118
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