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copas en la inmensidad del cielo, que apa,recía brillante, sembrado de estrellas. En el monte reinaba calma pro– funda. El silencio era únicamentte quebrado por el vuelo o graznido de algún ave nocturna, o el soplo del viento que agitaba los árboles y susurraba entre los cardos. En la cima del monte se halla Jesús solo, en actitud orante, bañado su rost.ro por la luz estelar, y en oración se pasa toda la noche. · Ante sus ojos se tiende la tierra sumida en sombras, poblada de las hermosuras que la pródiga mano del Señor ha derramado sobre ella, pero está contaminada con los pecados de los hombres. Sobre la tier1a se mira el cielo con su paz y armonía que está convidando a todos los morta– les a elevar el espíritu a las moradas eternas. Al orar Jesús, se le representa toda su vida. La que ha de vivir entre los hombres sus he,rmanos y la que ha de go– zar después de su resurrección cuando esté sentado a la diestra del Padre, y también la que ha de tener en su cuer– po místico, en donde estará hasta la consumación de los siglos. Todos los mundos y todos los tiempos van desfi– lando por su mente absorta en altísima contemplación. La comunicación con su Padre es íntima, amorosa, cordial, confiada. Está dispuesto a cumplir en todo su voluntad hasta llevar a cabo su obra. La noche testigo de esta hermosa plegaria del Hijo de Dios va de avanzada. Por el Oriente aparecen poco a poco suaves tintas rosas. Se inicia la aurora llena de encantos. El rocío brilla sobre la hie,rba en miríadas de gotas que se– mejan brillante pedrería. Los primeros rayos del sol rie– lan en el lago. El cieio se tiñe de intenso azul. La tierra muestra su extensa gama de colores. Aquella mañana surgía plena de esperanza. Jesús reu– ne en torno suyo a sus queridos discípulos que ya forma– ban abultado grupo. Un no sé qué se nota en la mirada del Maestro, como si anhelara realizar algo transcendental en su vida. De entre aquellos discípulos llama por sus nom- 114
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