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oficio más vil. Es verdad que ganaba mucho dinero; pero al ponerse en aquel banco era objeto de los desprecios de todos los hijos del pueblo de Dios. Estaba realmente avergonzado de su posición social. Mas he aqui que Jesús camina a la vera misma de su banco aduanero. Al pasar el Nazareno le acarició con una mirada henchida de amor y de ternura, y sin más le diri– gió esta palabra que solían decir los maestros a todos aquellos que querían admitir en su escuela: - iSígueme! El publicano Mateo sintió que aquella mirada de Je– sús había penetrado en el fondo de su alma de una mane– ra irresistible. Su llamamiento era tan insinuante, tan persuasivo, llegaba tan al fondo en el alma, que no se po– día negar a él. Sin vacilar un momento se levantó de su banco, dejó cuanto tenía y siguió al Nazareno por los ca– minos y campos de Galilea. Mas he aquí que viene una idea a su mente. En el col– mo de su alegría y en agradecimiento de aquel llamamien– to amoroso, se propone celebrar un banquete en honor del Rabí de Nazaret. A este banquete convidó a muchos de sus amigos. Jesús aceptó la invitación y se fue a la casa de Mateo con sus discípulos. Quería dar una prueba de su amabilidad y cortesía. Entre los convidados había algunos publicanos y otros hombres tenidos por pecadores en el sentido le– gista. No hay duda que Mateo, al celebrar aquel banquete, abrigaba las mejores intenciones: quería despedirse de sus compañeros de oficio y lendir un tributo de hono1• al Nazareno. De este modo Jesús seria conocido perso– nalmente por sus amigos y objeto de admiración entre ellos. Mas las sombras siniestras volvían a tenderse sobre Jesús. El era vigilado por los escribas y fariseos. La sala del banquete era espaciosa y estaba adol°ada de eolga- 104

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