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DIVINO LLAMAMIENTO La siembra evangélica del divino Maestro seguía ca– yendo en las almas como lluvia de oro. Las turbas en tro– pel continuaban asediándole deseosas de escuchar sus pa– labras de vida. Un día acompañado de sus discípulos y seguido de nu– merosas personas, se encaminaba hacia el lago. Dejó las calles empedradas de Cafarnaúm y tomó la dirección de la playa. A las afueras de la ciudad, se hallaban los pues– tos aduaneros de los cobradores de los tributos. Estos se llamaban publicanos, y eran muy mal vis– tos por todos los buenos israelitas. Se consideraban como la hez del pueblo. En los bancos de la alcabala había al– gunos oficiales cumpliendo con su oficio, entre los que fi– guraba uno llamado Leví hijo del Alfeo. También tenía el nombre de Mateo. El paso del Nazareno despertó la curiosidad en los agentes del fisco. Mateo lo vio acercarse. Ya lo había vis– to y admirado. Sabía que era un hombre de Dios. Miraba con cierta envidia a los que le rodeaban, sobre todo a los que le acompañaban de ordinario que se llamaban sus discípulos. Cierto que eran pobres; pero. honrados, dig– nos de ser estimados por el pueblo. En cambio él tenía el 103
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