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que era imposible entrar en el interior y ver a Jesús. En esto se acercan cuatro hombres conduciendo en una camilla a un paralítico. Querían abrirse paso hasta presentar al Nazareno el enfermo; pero era imposible. Mas rio desisten de sus planes. Suben po,r la escalera exterior que solían tener las casas orientales y llegan hasta la azotea. Era ésta cuadrada y plana. En medio de ella se veía la acostumbrada abertura horizontal con una especie de compuertas que se abrían y cerraban a voluntad. Por ella bajaron aquellos hombres por medio de unas cuerdas la camilla con el enfermo hasta que llegó al pie mismo de Jesús. Este rasgo de fe enterneció el corazón de Jesús, y po– niendo en el paralítico sus ojos, con amorosa compasión, le dijo: Hijo, ten confianza; tus pecados te son perdonados. Estas palabras debieron de sonar en el alma del en– fermo algo así como una música venida del cielo. Nadie hasta entonces se había atrevido a pronun– ciarlas. Pero sombras de Averno comienzan a proyectarse en torno de Jesús. Sus palabras de vida, sus obras maravi– llosas, al par que extienden su fama, alzan en almas rui– nes siniestros planes. Escribas y fariseos han venido de todas las aldeas de Galilea, de Jude~ y de Jerusalén para vigilarle. Es el comienzo del drama de Jesús. Aquellos hombres de semblantes esquivos y corazo– nes ruines, al oir las palabras de perdón y misericordia dirigidas Pºt Jesús al paralitico, murmuraban en su in– terior diciendo: Este hombre blasfema, ¿quién puede perdonar pe– cados, sino sólo Dios? Pero las almas de aquellos hombres no tenian velos para Jesús, porque nada se escapa a sus m.i,radas. Por eso se encara con ellos diciéndoles: ¿por qué pensáis mal en vuestros corazones? 101

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