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PERFUME DE BONDAD Reco.rría Jesús la Galilea, predicando en las sinago– gas, curando a los enfermos, lanzando a los demonios de los posesos. Por todas partes iba esparciendo el perfume de su bondad. Su paso por los caminos era como una divina fragancia que viniera del Paraíso. Su entrada en los pue– blos y ciudades despertaba el entusiasmo popular y por las almas co~ría algo así como un soplo de aire fresco en el ardiente estío. Sobre todo, los desgraciados espera– ban con viva ansiedad su llegada, puesto que había corp– do la noticia de que curaba toda dolencia, toda enferme– dad. Un día, al llegar a una ciudad desconocida, cuyo nom– bre calla el Evangelio, salió a su encuentro un hombre cuya sola vista daba indicio de su desgracia. Venía con el rost.ro embozado, abierta la túnica por el pecho, descu– bierta la cabeza en la que flotaban al viento sus desgre– ñados cabellos. Era un leproso. Cuantos dirigían a él sus miradas, se apartaban luego de él con aire de extrañeza y repug– nancia al verle encaminarse a la ciudad. La lepra era con– siderada como impureza legal. El atacado de esta enferme– dad tenía que vivir en el campo, en alguna cueva, apar– tado de la vida social. No sólo debía dar muestra de que era leproso por su indumentaria, sino que al ver a alguna 98

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