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94 C>Í\'.DIDO DE VIÑAYO, O. F. 'IJ., C\P. interés, su afecto verdaderamente maternal hacia los hi– jos de su pueblo. Los quería congregar, proteger, prodi– gar sus favores, hacerlos objeto de su amor, de su Provi– dencia, de sus solicitudes. Anhelaba ser para ellos al¡ro así como ternísima madre, a fin de guardarlos bajo su custodia como la gallina cobija a sus polluelos bajo sus alas. La imagen no puede ser más expresi-va. San Agustín se conmueve con ella y dice: «¿No veis la gallina cuando cría, pálida y despeluznada? ... De tal manera enferma y desmejora con su cría, que aunque no la sigan los hijue– los, aunque no los veas venir tras ella, conoces al punto que es madre. Tal se para, caídas las alas, deslustradas y desechas las plumas, ronca la voz, y sus miembros aba– tidos y abyectos, de tal modo que, como antes decía, aunque no veas los hijos, conoces que es madre» (Comen– tario de San Juan. Tratado XV, 7). Esto es lo que hizo Jesús: enfermó, enflaqueció, sufrió toda clase ele dolores para salvar a los hijos de su pueblo. Venía pobre y humilde a ofrecerles su redención. ¡ Y ellos no quisieron! Rechazaron el mensaje de Dios y se hicie– ron dignos de los divinos castigos. Castigos que Jesús la– mentaba con honda pena. Los lamentos de Jesús trascienden a todos los siglos. Jerusalén, con su ingratitud y su infidelidad a la gracia, es símbolo de tantas almas rebeldes, que rechazan las solicitudes amorosas de su Redentor. Jesús es para ellas como madre tierna y solícita. Un día y otro les ofrece su gracia. Las llama hacia sí para hacerlas objeto de su protección, de sus cuidados, de su exquisitez. Extiende hacia ellas sus manos llenas de do– nes. Ansía cobijarlas bajo sus brazos de padre. Aún más: en el exceso de su amor, desea introducirlas en la llaga de su costado para darles por nido y por morada su mis– mo corazón para que reposen en él y se enciendan en el fuego de la divina caridad. Mas he aquí que muchas de esas almas desprecian el amor y ternura del corazón de Cristo; se escapan una y