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AUTORREIRATO DE CRISTO 93 fluía de su corazón. Por eso exclamó en este sentidísimo lamento: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profe– tas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuán– tas veces lw querido agrupar a tus hijos como la gallina cobija a sus polluelos bajo sus alas, y tú no has querido 1,., Reflexiones El corazón de Jesús se siente estremecido de dolorosa ternura al recuerdo de los castigos que Jerusalén se atrae con sus pecados. Pero el divino azote pesa sobre su alma y la inunda de profunda melancolía. Por eso prorrumpe en tan triste y amoroso lamento por el que fluye el río de sus más tiernos afectos. Es un conmovedor perfil de su autorretrato. Jesús amaba aquella Ciudad Santa, que había sido ob– jeto de las bendiciones de Yavé. Allí numerosos profetas recibieron misteriosas comunicaciones del Altísimo. Allí, en magnificentísimo Templo, durante siglos se ofrecieron incontables sacrificios al Señor y se cantaron las divinas alabanzas. Allí, la misma voz de Jesús había resonado ya con ecos de eternidad haciendo público a los hombres el mensaje de salvación que Él venía a ofrecerles. Jerusalén era el centro del culto teocrático, y por eso todo buen israelita tenía puestas sus miradas y concen– trado sus afectos más puros en ella. Jerusalén merecía amarse por sus múltiples recuerdos y bellezas, y sobre todo porque la gracia y la misericordia de Yavé se había derramado sobre ella abundantemente. Jesús también la amaba con sin igual ternura. Por eso le dirigía estos lamentos: «¡ Jerusalén, Jerusalén, que ma– tas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía!» Después de esta llamada al corazón de aquella ciudad ingrata, sigue la manifestación de cuanto Jesús había he– cho por regenerarla, salvarla, santificarla: ¡ Cuántas ve– ces he querido agrupar a tus hijos como la gallina cobija a sus polluelos bajo sus alas, y tú no has querido! Con estas palabras Jesús deseaba dar a entender su
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