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86 C.~NDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. su gloria y la salvación y santificación de nuestra alma. ¡ Dios y nuestra alma! En esto debiéramos concentrar todos nuestros pensamientos y aspiraciones. Dios, a quien debemos amar sobre todas las cosas ; y nuestra alma, que es necesario apreciar más que todos los tesoros y rique– zas del mundo. ¡ Dios y nuestra alma! Esto es todo. Lo demás no es más que vanidad, ilusión, nada. «Vanidad de vanidades y todo vanidad, sino amar y servir a Dios» (Ecle. 1, 2, y Kempis, I, 1). JESUS AGRADA AL PADRE Texto evangélico El que me envió está conmigo; no me deja solo, por– que hago siempre lo que es de su agrado (Jn. 8, 29). Ambientación del texto En donde podemos hallar rasgos más claros y salien– tes del autorretrato de Jesús es, sin duda, en los diálogos mantenidos por Él con los judíos en los atrios del Tem– plo, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos. Diálogos que pueden leerse y saborearse en los capítulos VII y VIII del Evangelio de San Juan. Jesús se presenta como fuente de agua viva y también llega a afirmar que es la luz del mundo. En repetidas fra– ses manifiesta con toda claridad su origen divino. Es el Enviado de Dios, que tiene la misión de predicar a los hombres su celestial doctrina. Lo que más hace resaltar es su unión íntima con el Padre. El Padre es el que le glorifica. Jesús no enseña nada por su propia cuenta, sino que habla las palabras que el Padre le dicta. Los judíos no hacen caso de sus palabras. Son corno aquellos hombres que en pleno mediodía cierran los ojos para no ver la luz del sol, y así rechazan su divino men– saje. Sólo unos cuantos hombres de corazón recto y buena

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