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INTRODUCCION N o faltan hombres que quieren dejar a la Humanidad un recuerdo perenne de su persona, a fin de que se aprecie su figura, su fisonomía, su valer. Los pintores trasladan al lienzo su imagen, dándola la expresión que mús les agrada. Esto es lo que se llama autorretrato. Cosa ·que igualmente realizan los fotógrafos. Pero al autorretrato, por expresivo que sea, no penetra en la vida íntima del autor. No nos dice nada de su espí– ritu, de su corazón, de su obra. Una especie de autorretrato es lo que suelen hacer algunos literatos escribiendo su autobiografía. En ella nos dan ciertos pormenores que sólo ellos conocen; pero, en realidad, no nos dicen todo lo que ellos son. Por más que aparenten sinceridad, tienen que callar muchas cosas que no les conviene descubrir. El autorretrato, ya sea en la pintura o en la fotogra– fía, o ya también en la autobiografía, se estila mucho en la época moderna. Pero hace veinte siglos que un hom– bre nos ha dejado el más perfecto autorretrato que existe en el mundo. Y este hombre es Jesús. Cierto que Jesús no pintó ni grabó su imagen ni en lienzo ni en cartulina. Tampoco escribió ninguna autobio– grafía. Aún más: no consta que escribiera más que unas palabras con su dedo en las losas de uno de los atrios del Templo, cuando le presentaron la mujer adúltera. Pero los evangelistas nos han conservado algunas pa-

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