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AUTORRETRATO DE CRISTO 79 esclavitud, porque por el pecado es el hombre sometido a la ley de condenación, o sea al dominio de la muerte eterna, así como la gracia nos asegura la libertad de la eterna vida. Jesús contemplaba esta esclavitud a que viven some– tidos tantos hombres, e hizo cuanto pudo por libertarnos de ella. Fue hecho esclavo para que nosotros fuéramos libres. Para lograr nuestra libertad de hijos de Dios, se sacrifica. Ofrece su sangre en remisión de nuestros pe– cados. Pero antes de comenzar la obra de nuestra Redención, lleva una vida toda santa, sin pecado alguno. Y con su ejemplo nos está diciendo que para acercarnos a Dios y participar en abundancia de la vida divina que Él nos mereció con su muerte de Cruz, nos es preciso ante todo evitar el pecado. El pecado, sobre todo el pecado grave, es lo que im– pide alcanzar la propia salvación. Quien muere en pecado no podrá jamás gozar de la visión de Dios. Y aunque el pecado no sea grave y, por tanto, no prive de la divina gracia, deja manchada el alma de modo que nadie puede con él entrar en el cielo. Necesita antes purificarse. Sólo los completamente puros son los que al morir logran go– zar la visión de Dios. Jesús prueba su mesianidad con la exención de peca– do. Si aquellos hombres a los cuales desafió Jesús, no pudieron aducir contra Él ningún pecado, lógicamente debieran haber creído en ÉL Su santidad de vida era un argumento claro de que era verdad cuanto Él les afirma– ba. El santo es siempre veraz. Por eso Jesús, después de hacerles ver su inocencia, saca la consecuencia: «Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?» (Jn. 8, 46). No hay excusa. El no creer a Jesús supone una mala voluntad, una obstinación en el pecado. «El que es de Dios-sigue diciendo Jesús-oye las palabras de Dios. Vosotros no las oís, porque no sois de Dios» (Jn. 8, 47). Los adversarios de Jesús quedan desenmascarados. Los que son de Dios, esto es, los hombres de buena voluntad, que se dejan influenciar de Dios, que siguen las inspira-