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76 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. esclavo. Este abatimiento llegó a su culminación en su Pasión y muerte. Pero su humillación fue el camino de su exaltación, como lo da a entender San Pablo escri– biendo a los filipenses: «En condición de hombre se hu– milló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesus doble la ro– dilla cuanto hay en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para glo– ria del Padre» (Fil. 2, 9, 11). Con esta garantía del poder de Jesús sobre todas las cosas, ya pueden los discípulos lanzarse a predicar su doc– trina por todo el universo. El éxito será seguro. Se expli– ca que hasta los demonios se rindan ante la invocación de su nombre. Mas cuando los discípulos vean las maravillas que obraren predicando en nombre de Jesús, han de recordar que sus éxitos no están en su elocuencia o habilidad hu– mana. Es Jesús quien obra por ellos, porque todas las cosas el Padre las ha puesto en sus manos, y cuando lle– gue la ocasión, si Jesús lo juzga conveniente, todas las criaturas y todos los elementos servirán a su causa. Todo el poder del infierno será incapaz de impedir su obra. Esto no lo entienden los hombres que se precian de sabios, porque carecen de humildad para creer en Jesús. Jesús, sus misterios, su vivencia en el mundo, el triunfo de la predicación evangélica, todo esto es para ellos in– explicable. «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre». Jesús tiene en sus manos todas las cosas. Esto puede engendrar la fortaleza y ser un gran motivo de consuelo para todos los que creemos en ÉL En las luchas que la vida nos presenta, en las penas que por fuerza hemos de experimentar en este destierro de abrojos, no tenemos más que dirigir a Él nuestra mirada e invocar con fe su nombre para que al momento sintamos la ayuda de su gracia. Por Jesús ayudados, fortalecidos y consolados, no hay que temer. «Hasta los demonios nos serán someti– dos». Y así podemos repetir con San Pablo: «Todo lo pue– do en Aquel que me conforta» (Fil. 4, 13).
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