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AUTORRETRATO DE CRISTO 73 durecieron su corazón y no se convirtieron. Murieron en su pecado. Jesús se encara con ellos y les hace ver el tremendo juicio que ha de venir sobre ellos. Serán condenados por los habitantes de Nínive, que hicieron penitencia de sus pecados después de oír a Jonás. Serán condenados por la reina del Mediodía, que llegó de remotas regiones a es– cuchar los sabios consejos de Salomón. Mas ellos despre– ciaron las palabras de Jesús, que era la Sabiduría divina vestida de nuestra carne, el eterno Hijo de Dios. ¡Misterios de la gracia! ¡ Insondables abismos del co– razón humano! Los judíos son víctimas de increíble ce– guera. Esperaban al Mesías anunciado en las Sagradas Escrituras tan apreciadas por ellos. Viene el Mesías en la persona de Jesús. Se cumplen- las profecías. Demues– tra Él hasta la e'llidencia, con obras y con palabras, que es el Enviado de Dios, ¡y no lo reconocen! Brilla la luz entr~ las tinieblas, y éstas se quedan a oscuras, porque se empeñan en rechazar esa luz venida del cielo. Nosotros nos quedamos admirados viendo esta rebel– día de la mente y este endurecimiento del corazón de que fueron víctimas los judíos entre los cuales pasó Jesús, el Hijo de Dios; y en vez de reconocerle como a tal, le des– precian y persiguen. No paran hasta hacerle morir en el más infamante suplicio, como si fuera un vulgar asesino. Pero reflexionemos. ¿ Qué hacemos nosotros? Tene– mos fe en Jesucristo. Estamos ciertos de que es el Hijo de Dios, que vino a este mundo a salvarnos y darnos ejemplo de vida. Esta es nuestra fe. ¿ Conformamos con ella nuestra vida? Pongamos la mano sobre el corazón. Escuchemos la voz de la conciencia. ¿No es verdad que muchas veces negamos a Cristo, en la práctica, con nuestra conducta? Jesús es el Hijo de Dios. Hay que creer en ÉL Hay que escuchar sus palabras. Hay que seguir sus ejemplos. Nuestra fe en Cristo ha de tener repercusión en nuestro modo de ser, de obrar y de vivir. La verdadera fe, la que nos ha de salvar, es la total entrega a la persona de Cris– to. Si negamos a Cristo con las obras, con justo motivo

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