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68 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. tivos de su corazón arnantísimo, y en nuestra vida, por– que es nuestro ejemplar y modelo. Hemos de asentir a sus enseñanzas, guardar sus preceptos, rendirle nuestros afectos más íntimos y sinceros. Toda nuestra existencia debe estar consagrada a su divino servicio. Jesús es Rey. Es una verdad práctica, no una simple teoría. Él, como Rey, tiene sus derechos, que nosotros he– mos de reconocer y acatar. Tiene derecho a reinar en el individuo, en la familia, en la sociedad. Su Evangelio es el código por donde han de regirse todos los hombres. Su moral sublime ha de ser la regla de conducta que ha de seguirse siempre y en todas partes. El hombre de hoy, en la práctica, no reconoce los de– rechos de Cristo Rey. Se declara independiente. Sólo quie– re pensar, hablar y obrar según su criterio. Pero de este modo -va a la ruina, al fracaso. Como no ama la verdad, asienta su trono sobre la mentira y el engaño. Con esto, el día menos pensado viene la catástrofe. Sólo quien se somete a Cristo puede gozar de los beneficios de su reino de amor y de paz. LA REALEZA DE JESUS Texto evangélico Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, mis partidarios habrían luchado para que Y o no fuese puesto en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aqzcí (Jn. 18, 36 ). Ambientación del texto Jesús se halla ante Pilatos como si fuera un reo vul– gar, aunque no le pueden echar en cara ningún crimen, ni siquiera el más leve pecado, le acusan de que se pro– clama el Mesías-Rey. Pilatos se extraña de ello, porque no ve en Él ningún indicio de poder real ni de ambición de mando. Por eso, todo admirado, le hace esta pregunta: «¿Eres Tú Rey de los judíos?»

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