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AUTORRETRATO DE CRISTO 67 ¿Cómo ha de reconocerle por Rey? Para él no hay otra ...-erdad que el triunfo, el éxito, el placer, la riqueza, la gloria, fos efímeros bienes de este mundo. Y aunque pre– gunta a Jesús: «¿Qué es la verdad», no le interesa cono– cerla ni espera respuesta. Con todo, nota en Jesús algo desconcertante. Le impre– siona su mirada; en ella se refleja la majestad de su divi– na Persona y la inocencia de su vida. Jesús no es un reo vulgar-piensa Pilatos-, y busca la manera de libertarle. El ejemplo de Pilatos es seguido por muchos hom– bres. Han recibido una educación cristiana. Saben lo que es Jesús; están convencidos de la santidad de su vida, de la sublimidad de sus enseñanzas; pero en la práctica no reconocen su dignidad de rey. No quieren que influya para nada en sus actos. El hombre superficial, mundano, no ama la verdad, sino que huye de ella. Esto no le inte– resa. Sus intereses están en los bienes que el mundo ofrece. Por eso no hace caso de las palabras de Jesús. Como no es de la verdad, no le oye ni le sigue. Jesús es Rey. Lo es por derecho de herencia. Él es el Hijo de Dios y todas las cosas las ha puesto el Padre .:m sus manos. Lo es no sólo en cuanto Dios, sino en cuanto Hombre, porque sólo en calidad de hombre ha recibido del Padre el poder, el honor y el reino como estaba anun– ciado por el profeta Daniel (Dn. 7, 13). Desde la eterni– dad el Padre le viene diciendo: «Tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado Yo. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra» (Sal. 2, 8). Jesús es Rey también por derecho de conquista. Con su sangre preciosa nos ha redimido. La redención es' un res– cate, una compra, una conquista. Y como todos los hom– bres son redimidos por Cristo, todos ellos son precio de su sangre y así en justicia le pertenecen, son vasallos de su reino. La dignidad real de Jesús deben aceptarla todos los hombres y cumplir los deberes ineludibles que de ella dimanan. Jesús, como Rey, debe reinar en nuestra inteli– gencia, porque es la verdad; en nuestra voluntad, porque es nuestro legislador; en nuestro corazón, por los atrae-