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66 CANDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. Pilatos veía en Jesús un hombre pacífico que no daba señal alguna de arrogancia ni ambición. Es verdad que Jesús manifestaba en sus palabras ser dueño de un reino misterioso, el cual no era de este mundo. Con todo, Pila– tos se halla todo confuso y extrañado. No ve en Jesús ves– tigio alguno de rey. No tiene corte ni palacio ni vasallos. En el sentido humano parece un hombre fracasado. Es despreciado por los suyos y lo traen a su presencia para que lo condene a muerte. En el colmo de su admiración, no comprendiendo las plabras de Jesús, Pilatos se vuelve a Él para pregun– tarle: Luego ¿Tú eres rey?. Jesús, sereno, con dulce y amable majestad, contesta: Tú lo dices. Yo soy rey. Y para dar más afirmación a sus palabras, añade a lo dicho: «Yo para esto nací y para esto vine al mundo: para declarar, como testigo, en favor de la verdad. Todo el que se pone de parte de la Yerdad, escucha mi palabra». Escuchar la palabra de Jesús es creer lo que dice, re– conocerle por Rey y seguir sus mandatos. Reflexiones Es cosa, al parecer, inexplicable. Jesús, que durante su vida se conservó libre de toda ambición de cargos y que cuando quisieron hacerle rey huyó solo a un monte a orar, al verse próximo a la muerte, abandonado por sus discípulos, rechazado por su pueblo, que pedía a gritos su sangre, conducido a Pilatos como un pobre reo, se atreve a afirmar ante el presidente romano que es rey. Y para que se crea en la sinceridad de su afirmación, llega a declarar que ha traído al mundo este destino: anunciar la verdad, es decir, manifestar a los hombres el mensaje de Dios y revelarles los divinos misterios. Por tanto, si confiesa que es Rey, hay que creerle. Lo es ciertamente. Todo aquel que ama la verdad, tiene que escucharle, reconocer sus derechos, someterse a sus en– señanzas y a las sabias leyes de su reinado. Pilatos oye las palabras de Jesús con el más frío cinis– mo. No· cree en la verdad. Ni siquiera sabe lo que ella es.