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AUTORRETRATO DE CRISTO 59 para hacer a todos los hombres partícipes de la vida di– vina y eterna que se remansa y fluye en su comunidad trinitaria. Es verdad que Jesucristo, como hombre, rindió tributo a la muerte. Mas con su muerte nos mereció a nosotros la vida. Vida que, triunfadora de la muerte, puede tras– pasar las fronteras del tiempo y fluir sin agotarse en la eternidad. Jesucristo es principio y fuente de nuestra vida sobre– natural. Por eso sólo aquél tiene en verdad vida en su alma que se halla unido a Cristo. La vida sin Cristo no es más que muerte. La muerte es lá separación de los ele– mentos vitales. El que está separado de Cristo, se halla apartado de Dios, en quien únicamente se encuentra la verdadera vida. Y para que nuestra vida en Cristo se conserve en nuestra alma, hemos de expulsar los elementos de muer– te que pueden invadir nuestro interior, es decir, tenernos que morir al mundo y a nuestras pasiones. Morir, sobre todo, al pecado. En la vida espiritual del cristiano es pre– ciso que se realice un cambio o transformación, que viene a ser la más sublime paradoja: morir para vivir, porque sólo por la muerte se carnina a la vida. JESUS, VID VERDADERA Texto evangélico Yo soy la vid verdadera (Jn. 15, 1). Ambientación del texto Ha terminado la cena del Cordero Pascual. Jesús ha realizado los deseos de su corazón: se ha dado a los su– yos en comida y bebida instituyendo el gran Sacramento del amor. Lleno de amorosa ternura prolonga la sobre– mesa en conversación por demás interesante y provechosa para sus discípulos. En sus palabras parece querer volcar todo su corazón comunicando a los suyos sus íntimos se-
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