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58 CÁNDIDO DE VIÑAYO, O. F. M., CAP. II. Jesús es la verdad. Muchos son los hombres que se han gloriado de en– sefiar múltiples verdades con sus palabras y con sus es– critos. Pero ninguno se ha atrevido a hacer esta afirma– ción que hizo Jesús: Yo soy la verdad. Sólo Él puede ha– blar así, porque no se limita a ensefiar la verdad a todos los hombres, sino que es la misma verdad por esencia vestida de nuestra carne. Él, como Verbo de Dios, es la expresión sustancial del entendimiento del Padre, y al encarnarse fue constituído órgano perfectísimo de la di– vina revelación. Él trajo a los hombres el mensaje de Dios. Por :e.I habló Dios al hombre cuanto tenía que decirle. Jesucristo nos ha dicho la última palabra. Él abarca con su escru– tadora mirada el presente, el pasado y el porvenir, el tiempo y la eternidad. Posee visión certera de Dios, del hombre y del mundo. Sólo teniendo presentes sus ense– fianzas podemos dar acertada orientación a nuestra vida. Lo demás es vivir en el error; caminar a la perdición. La verdad que Jesucristo nos revela no es una simple teoría. Es todo un programa de perfección. Por eso no basta creerla. Hay que vivirla. Cristo, como Verdad eter– na, nos exige reconocimiento y obediencia. Él nos trae el mensaje de Dios como una llamada a nuestra con– ciencia para que cumplamos en todo la voluntad divina. Sobre todo, Cristo nos pide una total entrega a Él. Si Él es la verdad, sólo viviendo en Él y para Él es como nuestra alma puede estar clarificada por la luz del cielo. III. Jesús es la vida. Desde la eternidad en Él palpitaba la vida. Él es el Verbo de Dios. Por Él y en Él fueron hechas todas las cosas. Pero la vida en Jesús estaba de muy distinta ma– nera de como se halla en los demás seres vivientes. To– dos ellos llevan en sí un germen de corrupción. Caminan al fracaso, a la muerte. La verdadera vida, la vida indes– tructible está sólo en Dios. Y Dios apareció en Cristo

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